Era mañana de jaqueca, de manta, de silencio… Era un día anodino, en el que, ni tan siquiera, el tiempo acompañaba. Gris, triste, somnoliento, callado y, a la vez, tendente a la tormenta. Era un día de monstruosidad, de pereza, de mentiras, de agobio y desamor, era tiempo de palabras ensordecidas que se tienen que olvidar, si es que se han dicho. Era tarde de pañuelos, sonrisas entrecortadas, de abrazos que fortalecen y besos que recuerdan tiempos mejores. Tarde de sufrimiento preconcebido, de torrentes fríos y manos ardientes que refrenan su ingente fuerza. Era tarde zadina y blanca, de recuerdos que jamás se olvidan. Recuerdos albos de originalidad divina, sonrisas desgastadas pero constantes, sin destrozos, sin daños, sin roturas, sin descosidos ni remiendos; sencillas, permanentes, inagotables, suyas. Es noche híbrida, cansada y sin estrellas. No hay más luz que la del flexo, ni más sombra que la mía… El silencio se rompe con unos acordes de piano que cierran la atmósfera con un r