Un lunes bajo el sol

Arte: pasiones descubiertas que nos invaden el corazón. Caparazones que debiéramos romper para dejarle claro al mundo lo que pensamos realmente. De un corazón herido nació la realidad de amar las pasiones más fuertes, de dejar al mundo una parte de tu alma y ensombrecerlo y trastocarlo a tu manera para que nunca sea igual que antes.

Amanecer y no querer abrir los ojos es el pecado más dañino, morir en vida y no soñar hastía al mundo arrancándole alaridos con los que, en aquel preciso instante de malquerencia, soberbio e intranquilo nos fue abriendo el cielo terrenal más puro.

Que amar es un arte y por amor se es libre y se sueña. Que el corazón no muere cuando ama y, por eso, es lo único capaz de vencer ese dogma democrático que nos socava. Que todo es arte en su más pura esencia, porque la realidad jamás podría ser, solamente, un continuo espacio temporal que deseche los segundos, acercándonos a la muerte.

Despierta, que hoy el mundo quiere mostrarte algo nuevo. Reconoce las señales que nos llaman y déjate arrastrar por la marea. Vivir en el mundo no distrae, no apacigua tus constantes, no. Vivir es dejar tus huellas, rastrillando los rastrojos que nadie, nunca, había recogido.

Porque, aún, hay millones de semillas por plantar; porque el mundo es el campo más fértil y las razones del amor superan cualquier caída que intente hacernos creer que no hay más visión, que la que tenemos desde el suelo.

Somos gigantes disfrazados de enanos, nos escondemos tras las capas más sombrías de humo, para que nadie nos pueda ver y, cuando éstas parecen disiparse, caemos como rocas que se despeñan por un cañón al que no le vemos fin.

Vivimos insertos en una mentira, creemos que el mundo nos afrenta sutilmente, poco a poco, dañándonos los sentidos con ese puñal de hoja fina que nos atraviesa. Sin embargo, cada instante de esta vida nos regala un recuerdo. Son instantes que perduran para siempre, son personas que te quieren y te regalan su luz para que tú puedas brillar un poco más.

Piensa que si no fuera así, toda habría acabado ya. Nadie lloraría ni le propondría a la muerte un trato por sostener su aliento durante un poco más de tiempo. Simplemente, puedo decir que la vida es maravillosa. Porque solo somos unos transeúntes que recorren su pequeño trayecto pero, durante el mismo, somos unos soñadores que, fácilmente, pueden volar. Y por eso, aunque sea solo una razón, merece la pena vivir.

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